Nadie supo nunca el verdadero nombre de aquel a quien todos llamaban el caballero enfermo. No quedó de él, luego de su imprevista desaparición, más que el recuerdo de sus inolvidables sonrisas, y un retrato de Sebastiano del Piombo que lo representa escondido en la suave sombra de un abrigo de pieles, con una mano enguantada que cae inerte como la de alguien que duerme.
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